José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).
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sábado, diciembre 14, 2019

Antiguas novedades de la novela contemporánea


Fachada de la casa natal de Miguel de Cervantes en Alcalá de Henares. En las afueras, sobre un poyo de cemento, las estatuas de bronce de Sancho y Don Quijote, listas para las fotos de turistas. (Fotografía de Raúl Vallejo, noviembre 2019)
Como si fuera una novedad de la literatura de esta modernidad, hoy se habla de “metaficción”, “metaliteratura”, “autorreferencialidad”, etc. Para quienes desconocen los clásicos, es como si la literatura naciera con las novedades que promociona el mercado de la novela contemporánea. Es cierto que el lenguaje es diferente porque diferente es el mundo en el que se escribe; es cierto también que la voz narrativa es cada día más introspectiva y confesional; pero no es menos cierto que las novedades de la novela contemporánea, por lo menos, en castellano, tienen una antigüedad que se remonta al Quijote.
            Mucho se ha comentado la audacia cervantina cuando afirma: «Yo soy el primero que ha novelado en lengua castellana…». No se refiere, claro está, al Quijote sino al tipo de narración de sus Novelas ejemplares. Pero, en realidad, es el Quijote el texto que nos sirve de paradigma para hablar de la antigüedad inaugural de lo moderno del género novelesco.
            Aquello que entendemos por “metaliteratura” lo encontramos en el capítulo VI de la primera parte cuando se narra el escrutinio de la biblioteca de don Quijote que llevan a cabo el cura y el barbero. Ellos pasan revista a los libros de caballería señalando los que son canónicos y los que son una saga sin valor estético. Así, salvan de la hoguera a Los cuatro de Amadís de Gaula porque, según el criterio del barbero, «es el mejor que de todos los libros de este género se han compuesto; y así, como a único en su arte, se debe perdonar». Asimismo, aquellos personajes juzgan La Galatea, del propio Cervantes: «Su libro tiene algo de buena invención; propone algo y no concluye nada: es menester esperar la segunda parte que promete; quizá con la enmienda alcanza del todo la misericordia que ahora se le niega…». Solo que, hasta donde se sabe, Cervantes nunca escribió aquella segunda parte tan prometida.
            Cervantes también da cuenta de sí mismo, no solo como autor literario, sino como un soldado que tiene una destacada participación en la batalla de Lepanto. La narración está a cargo del cautivo Ruy Pérez de Viedma, quien cuenta que durante su cautiverio bajo el cruel Azán Agá, «solo libró bien con él un soldado español llamado tal de Saavedra, el cual, con haber hecho cosas que quedarán en la memoria de aquellas gentes por muchos años y todas por alcanzar libertad, jamás le dio palo ni se lo mandó dar, ni le dijo mala palabra».
            Y, si abrimos el hilo de la “metaficción”, en la segunda parte, desde el capítulo II, tenemos a don Quijote y a Sancho que se saben a sí mismos como personajes de un libro que está siendo leído por todos. Es Sancho el que va con la noticia donde su amo, diciéndole que ha llegado Sansón Carrasco hecho bachiller y le ha contado que «andaba en libros la historia de vuestra merced, con nombre de El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí con mi mesmo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso…».
Es el propio Carrasco quien da cuenta de lo que hoy llamaríamos la recepción que ha tenido el libro, cuando aclara, ante las dudas de don Quijote acerca de la escritura de su historia: «los niños la manosean, los mozos la leen, los hombres la entiendes y los viejos la celebran, y, finalmente, es tan trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que, apenas han visto algún rocín flaco, cuando dicen “Allí va Rocinante”».
            En el capítulo LXII, Cervantes se apropia de don Álvaro Tarfe, personaje del Quijote de Alonso Fernández de Avellaneda. Cervantes hará que don Quijote convenza a Tarfe de que él es el verdadero don Quijote y que no lo es el falso inventado por Avellaneda. Así, don Quijote hace firmar a don Álvaro Tarfe, personaje de Avellaneda, ante un escribano, que él, don Quijote, «no era aquel que andaba impreso en una historia intitulada: Segunda parte de don Quijote de la Mancha, compuesta por un tal de Avellaneda, natural de Tordesillas». Tremendo juego literario es un antecedente indispensable para novelas tan radicalmente experimentales como, por ejemplo, Rayuela, de Julio Cortázar.
           
Estatua de Miguel de Cervantes en el parque central de Alcalá de Henares (Fotografía de Raúl Vallejo, noviembre 2919).
            
El recientemente fallecido Harold Bloom sostuvo que el centro del canon de la literatura Occidental era Shakespeare, y creo que habría tenido razón si se hubiera referido a la literatura anglosajona. En lengua castellana, no sería aventurado sostener que el centro de nuestro canon, aun sospechando de la categoría de centralidad, es el Quijote de Cervantes. Es decir que, en la efervescencia de la novedad literaria, nunca debemos olvidar la presencia de la tradición; entre otros motivos porque en la escritura somos herederos de una lengua literaria que nos ha formado y, al mismo tiempo, somos protagonistas de una ruptura. Enfrentados a esta aporía, escribimos nuestra novedad siempre marcada por lo antiguo de la propia tradición.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, 07.12.19. Una versión más corta de este texto fue mi discurso de recepción del Premio RAE 2018 que recibí por El perpetuo exiliado en Sevilla, el 6 de noviembre de 2019, durante el XVI Congreso de Asociación de Academias de la Lengua, ASALE.

domingo, junio 10, 2018

Don Quijote, personaje que se sabe personaje de una novela


           
Don Quijote y Sancho en la imprenta de Barcelona. Dibujo de Luis Paret, grabado por J. Montero Tejada, para la edición de Gabriel Sancha, publicada en Madrid, en 1797.
Con el hashtag #Cervantes2018 comenzó el viernes 1 de junio la lectura de los tuiteros de la obra de Miguel de Cervantes (1547 – 1616). Publicada su primera parte en 1605, y la segunda en 1615, el Quijote inaugura, sin duda alguna, la novela moderna por muchas razones que ya han expuesto los cervantistas. Desde el comienzo, nos topamos con hermosas estampas de lo que llamamos metaliteratura —esa reflexión sobre la literatura desde la propia obra literaria—, lo que confirma al Quijote como una novela a la que los novelistas contemporáneos le debemos casi todo.
            Ya en el capítulo VI, de la primera parte, cuando el cura y el barbero realizan el escrutinio de la biblioteca de don Quijote, asistimos a un coloquio de criterios literarios no solo sobre las novelas de caballería sino sobre los libros de ficción de la época de Cervantes. La reflexión sobre Los cuatro libros del virtuoso caballero Amadís de Gaula, (1508), de Garci Rodríguez de Montalvo, nos ofrece un aleccionador intercambio de criterios sobre los textos fundacionales. El cura quiere condenarlo al fuego porque lo considera «dogmatizador de una secta tan mala», pero el barbero lo salva diciendo «que también he oído decir que es el mejor de todos los libros que de este género se han compuesto; y así, como único en su arte, se debe perdonar».
            Cervantes no duda en introducirse en la escena: hacia el final del escrutinio, el barbero se topa con La Galatea. Así que, en boca del cura, pone el siguiente comentario: «Muchos años ha que es grande amigo mío ese Cervantes, y sé que es más versado en dichas que en versos. Su libro tiene algo de buena invención: propone algo, y no concluye nada…». Al final, La Galatea queda recluida con el barbero.
            Hacia el final del capítulo II, de la segunda parte, Don Quijote y Sancho, descubren que son personajes de un libro. Sancho le dice a don Quijote que el bachiller Sansón Carrasco le ha contado que «andaba ya en libros la historia de vuestra merced, con nombre del Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha; y dice que me mientan a mí en ella con mi mismo nombre de Sancho Panza, y a la señora Dulcinea del Toboso, con otras cosas que pasamos nosotros a solas…». Y, luego de que don Quijote comenta que debe haberla escrito un sabio encantador, Sancho aclara que «el autor de la historia se llama Cide Hamete Berenjena».
En el capítulo IV, de la segunda parte, mientras conversan don Quijote, el bachiller Carrasco, y Sancho, se menciona el episodio de la desaparición del asno de Sancho, que este resuelve diciendo «no sé qué responder, sino que el historiador se engañó, o ya sería descuido del impresor». Y en el LXII, don Quijote visita una imprenta en Barcelona y ahí ve al Quijote de Avellaneda: «pensé que ya estaba quemado y hecho polvos por impertinente».
La conciencia de saberse personajes de un libro publicado y de otro que se va escribiendo mientras ellos viven sus aventuras, es una maravilla lúdica que testimonia la modernidad literaria del Quijote, más allá del tuiter.

Meme del autor a propósito del inicio de #Cervantes2018.















Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 08.06.18

domingo, mayo 06, 2018

El valor de lo que se dice en los libros y la TV


    
Manuel Salvador Carmona (1734-1820)
«Lo que te digo es cierto porque lo leí en un libro», «Ayer descubrí un remedio milagroso en Internet», son expresiones cotidianas que dan cuenta de un hecho: la palabra publicada, ya sea impresa o digital, tiene un valor de verdad por sí misma, ante la mirada del público lector, que no depende, necesariamente, de lo que dice. Por el solo hecho de que lo escrito aparece publicado, se considera, antes que nada, que lo dicho es cierto. En este sentido, el valor intrínseco que tienen los libros en la generación de saberes para sus lectores los ha convertido en fuente de verdades.
Así lo entendió Cervantes cuando se dispuso a escribir su monumental diatriba, destinada «a deshacer la autoridad y cabida que en el mundo y en el vulgo tienen los libros de caballerías». Los libros de caballerías ejercían una notable influencia en sus lectores, de tal manera que el tono paródico utilizado por Cervantes en el Quijote, tenía «la mira puesta a derribar la máquina mal fundada destos caballerescos libros»: gigantes, monstruos, sabios encantadores, bálsamos para curarlo todo, etc.

La locura del Quijote representa, entre otros sentidos y llevada al extremo, la alienación popular generada por los libros de caballería en su tiempo.

Leo en la primera plana de Últimas noticias (9 de abril de 2018): «Arrastrada como Alfaro», en mayúsculas, utilizando tres de las cuatro columnas del tabloide. La noticia se refiere al hecho de que un conductor ebrio arrastró con su auto a una agente de tránsito. El titular es lamentable en términos de estética periodística, pero lo peor es que, en términos éticos, dicho titular ejerce nuevamente violencia, en este caso simbólica, sobre quien ya había sido víctima de la violencia física. El titular no culpabiliza al perpetrador, sino que se regodea en el sufrimiento de la víctima. La publicación de este tipo de crónica roja tiende a convertir en un asunto normal, a la violencia, tanto física como verbal.

Igual que los libros de caballería de antaño ejercían su poder de alienación en sus lectores, las narco-telenovelas de hoy presentan como cotidianos, y hasta deseables, patrones de conducta delincuenciales y se basan en la fórmula: chica pobre, guapa, tiene que convertirse en una muñeca del líder del microtráfico del barrio para salir de la pobreza; o, el líder del narcotráfico es un hombre con infancia infeliz que ama a sus hijos, por lo tanto tiene sentimientos, así ponga una bomba para que un avión explote en el aire, como sucedió con el vuelo 203 de Avianca, el 27 de noviembre de 1989. La esquizofrenia de la cultura del entretenimiento nos llena, en una misma estación de televisión, del noticiero condenando el narcotráfico, e, inmediatamente, de narco-telenovelas que convierten en héroe de película a cualquier Pablo Escobar y lo que este representa.
De ahí que el uso de la palabra implica responsabilidades que, en libros, en Internet o en la TV, radican en la verdad que se supone llevan en sí mismos, frente a su público lector o a su audiencia.

 Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 04.05.18

domingo, abril 01, 2018

Mi encuentro con la edición príncipe del Quijote


Enero de 1605: Miguel de Cervantes, finalmente, acarició un ejemplar impreso por Juan de la Cuesta, de su novela El ingenioso hidalgo don Quixote de la Mancha. Según el cervantista Francisco Rico, el tiraje estuvo entre 1.500 y 1.750 ejemplares. Uno de esos se encuentra en la Biblioteca del Congreso de los EE.UU. y, hace una semana, yo pude hojearlo con la avidez y la emoción de un heredero menor del oficio de Cervantes. Ojear el libro, pasar sus páginas con mis propios dedos; leer en voz alta las líneas del prólogo, del dialago entre Babieca y Rozinante, y el párrafo inicial del primer capítulo, ha sido para mí una inédita experiencia de mística laica; un momento memorable en el que viví el profundo sentido de lo sublime kantiano.           
El éxito del Quijote fue tal que, a mediados del año, apareció la primera reimpresión. En el mismo 1605, ya estaba circulando en Lisboa la inaugural edición pirata del Quijote, impreso con licencia del Santo Oficio por Jorge Rodríguez, que también pude ojear y hojear. Esta edición tiene la particularidad de presentar la primigenia imagen del Quijote y Sancho en la viñeta de portada. Sancho responde más a la descripción de cuando se lo llama Sancho Zancas: “Y debía de ser que tenía, a lo que mostraba la pintura, la barriga grande, el talle corto y las zancas largas”, y no al Sancho regordete y paticorto creado por Gustavo Doré a mediados del siglo XIX, cuya imagen es la que ha prevalecido hasta hoy.
Del 1575 a 1580, Cervantes padeció su cautiverio heroico en Argel, hasta que el fraile trinitario Juan Gil pagó los 500 escudos exigidos por su rescate. La primera edición del Quijote tuvo el precio de venta de 290,50 maravedíes. El ducado, creado en 1497, equivalía a 375 maravedíes, aunque desde Carlos V se había convertido en moneda de cuenta. Para la época del rescate el escudo ya había sustituido al ducado en el uso. Por tanto, manteniendo al ducado como unidad de cambio, el rescate fue de 187.500 maravedíes, igual al precio de 645 ejemplares del Quijote, o de 1.476 gallinas de la época.

Leyendo el primer capítulo del Quijote en la edición de 1605.

 Padeció cárcel en 1592 y 1597, suerte de cautiverio infamante, por irregularidades burocráticas, en Castro del Río y Sevilla. Se dice que a esta última prisión de tres meses es a la que se refiere Cervantes cuando en el prólogo de la primera parte dice: “Y, así, ¿qué podía engendrar el estéril y mal cultivado ingenio mío, sino la historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel, donde toda incomodidad tiene su asiento y donde todo triste ruido hace su habitación?”
A finales del siglo XVII ya habían aparecido 53 ediciones (23 en otras lenguas) del Quijote. Rico sostiene que el editor de la edición príncipe tuvo mucho trabajo con la ortografía y la puntuación de don Miguel, que firmaba Cerbantes. Yo solo puedo dar testimonio de que mi encuentro cercano con la edición príncipe de la primera parte del Quijote fue exacerbado por el mismo amor quijotesco hacia Dulcinea, dado por la mucha hermosura y la buena fama, que es como decir basado en la buena fama de la novela y lo hermoso de su escritura.

Publicado en Cartón Piedra, revista cultural de El Telégrafo, el 30.03.18