José María y Corina lo habían conversado en alguna de sus tardes de té y facturas: toda muerte engendra ausencias y cada ausencia es un pedazo de muerte que se adhiere para siempre a nuestra piel de solos.
(De El perpetuo exiliado, 2016).

jueves, octubre 27, 2016

El juego sucio: una película necesaria



David Flag (Frank Bonilla) es un periodista norteamericano que, contratado por Peter Beck (Alex Cisneros), uno de los tantos jefes de una transnacional, viaja a un pequeño país de Suramérica para una misión, supuestamente de investigación, que favorezca los intereses de aquella. Una comunidad que reclama sus derechos frente a la contaminación causada por dicha empresa. Marian Rodas (Patty Loor) es una abogada que, junto con Mona (Cinthya Coppiano), su asistente, están comprometidas con la causa de su gente y su país. Una verdad que se revela por su contundencia y el nacimiento de un amor que aparece como una tabla de vida para el periodista que, de pronto, se encuentra con una verdad que no esperaba.
El juego sucio, filme dirigido por Nitsy Grau (2016), es un trabajo cinematográfico que, como en la tradición clásica, entretiene y educa y con ello, más allá de los criterios puristas que han despojado el arte de su condición social, esta película cumple varias de las funciones del arte en términos políticos, didácticos, estéticos y éticos. La Procuraduría General del Estado la ha financiado para hacer a conocer a la ciudadanía el caso Chevron – Texaco.
En términos políticos, El juego sucio es un filme oportuno, pertinente y que toma partido por los intereses de una comunidad que se enfrenta a una transnacional en defensa de la vida, no solo de la naturaleza sino de su propia gente. Por supuesto, para aquellos que creen que el arte es solo entretenimiento, esta película sonará a propaganda y preferirán mirar hacia el lado de los voceros de la transnacional Chevron – Texaco que contaminó dos millones de hectárea de nuestra Amazonía.
Didácticamente, esta película es impecable. El guion muestra con claridad el daño ambiental de la petrolera Texaco, que fue absorbida por Chevron en 2001, y que explotó petróleo entre 1964 y 1992 en nuestra Amazonía. Además, la película explica la situación jurídica de los juicios incorporando de manera natural el discurso jurídico en el discurso cinematográfico. En todo momento se siente que los argumentos fluyen desde el desarrollo mismo de la dramática de los personajes.
Estéticamente, estamos ante una película que utiliza las varias posibilidades del lenguaje cinematográfico en el momento en las necesita. Divide la pantalla, aumenta la velocidad de las imágenes, trabaja con las elipsis, se apropia del paisaje mediante una fotografía contemplativa, etc. Las actuaciones de Frank Bonilla, Cinthya Coppiano, Patty Loor y Alex Cisneros son creíbles y se siente que tienen a sus personajes en el interior de sí mismos. La introducción del elemento amoroso es un acierto de la intriga: permite plantear un drama humano más complejo a los personajes y, además, sitúa al amor como un impulso vital que, junto con la verdad descubierta, contribuye a la transformación integral del personaje principal.
El juego sucio es una película que se compromete con una causa en favor de una comunidad afectada y, también, de un país expoliado. Éticamente, toma partido por la parte perjudicada debido a la inescrupulosa explotación petrolera de la Amazonía por parte de Texaco – Chevron. Se compromete con la causa de David en su eterna confrontación con Goliat pero, en este caso, el filme es parte de la voz de la comunidad, de la voz de los que luchan para que su voz sea escuchada, en contraste con cierta prensa que se ha comprometido con la voz de la poderosa transnacional  —del verdadero poder en este mundo.
El juego sucio es un poderoso instrumento comunicacional para que la ciudadanía entienda los detalles del caso Chevron – Texaco (Chevron III) y el enfrentamiento que las comunidades afectadas mantienen contra la petrolera y de qué manera esta trasnacional pretende que el Estado ecuatoriano se responsabilice por los daños causados a la naturaleza por aquella. Una película entretenida y necesaria que nos permite reflexionar sobre una realidad que, en tanto ecuatorianos, nos compete a todos.

sábado, septiembre 17, 2016

Sanación en la palabra y la memoria



           
Luego de leer Un piano en la oscuridad, de Lucrecia Maldonado, busqué el preludio Ich ruf zu dir, herr Jesu Christ, BWV 639, de Johann Sebastian Bach, y me topé con la versión de la pianista soviética Tatiana Nikolayeva, cargada de profunda melancolía y cierto dramatismo fúnebre, como si fuera una oración musical para tiempos de angustia y desesperación. Me imaginé, entonces, que así habría sonado el piano que tocaba Gudrun Jackobsen, el personaje del que se desprende la intriga de la novela: su duelo es un dolor sin redención mientras su drama permanezca en el olvido. El piano que siguió sonando más allá del límite de la realidad da paso a una narración cargada de elementos fantasmagóricos y duelos que permanecen a través cuatro generaciones de mujeres.
            A partir de una historia que contiene el horror del nazismo, Lucrecia Maldonado construye un relato de misterio, en el que se mezclan la vivencia del sufrimiento presente y la visión de los espíritus del pasado que no pueden descansar en paz. Lo sobrenatural, en la novela, está manejado con la mesura necesaria para no caer en fantasías inverosímiles. Así, el preludio de Bach ejecutado al piano por un espíritu que sufre es escuchado por el lector, al igual que lo escucha Elda, la bisnieta de Gudrun, aunque no exista ningún piano visible en la habitación, sino aquel espíritu que anda buscando su lugar en el universo.
            La narración de la novela es sencilla, diáfana y bien armada. Desde la omnisciencia, la voz narrativa va desgranando con parsimonia la sorpresa del desenlace que, al final, conjuga los dolores que requieren de la asunción de la verdad para sanar, pues no es tratando de enterrar en el olvido el  pasado como el espíritu alcanza la paz. La fluidez de su narración es la que, seguramente, atrapará a más de un lector y que, al igual que a mí, lo llevará a disfrutar de la novela en una sola jornada de lectura. El preludio de Bach, A ti clamo, señor Jesucristo, es el leit motiv que sostiene el hilo del amor a través del tiempo.
            Los personajes están caracterizados con oficio: a Lucrecia Maldonado le basta un párrafo para describirlos y los profundiza a medida que avanza la narración. La galería va desde la sufrida y doliente Gudrun, pasando por el solitario Felipe, que vive un duelo reciente, hasta la vivencialmente compleja Elda. Pero entre ellos, los personajes secundarios también están presentes con su pequeño drama a cuestas: el alcoholismo de Jorge Bonilla, el marido de Gudrun; el destierro de Arvid Mortensen y su huida de la Alemania nazi; el rencor indescifrable de Angélica, la hija de Gudrun.
            La novela breve Un piano en la oscuridad, de Lucrecia Maldonado, se abre con la muerte y, después de la purificación, que es resultado del desentrañamiento de la memoria y la aparición de la verdad, se cierra con la esperanza que genera la vida y el nacimiento del amor una vez que la palabra ha conseguido su efecto de sanación.

Lucrecia Maldonado en festival de poesía, "Las líneas de su mano", Gimnasio Moderno, Bogotá, 2012.

martes, agosto 23, 2016

“Entre sombras: Averno”, personajes en la fragua del bien y el mal


          
Carlos Viteri (Juan Pablo Asanza) es un policía que, como personaje de Dostoievski, está convencido de que él, en la medida en que tiene una moral superior, es quien define el rasero del bien y del mal, y que la vida de aquellos que delinquen vale lo que un justiciero como él juzgue en su momento. A partir de este carácter, interpretado con solvencia y madurez por Asanza, y desarrollando un juego sicológico basado en el personaje desdoblado, el cineasta X. B. Ruiz —Xavier Bustamante Ruiz—, consigue con Entre sombras: averno, un thriller a la ecuatoriana que, convertido en una fragua en donde el bien y el mal se funden, envuelve al espectador en una atmósfera de tensión argumental, violencia sostenida pero no gratuita, y una intriga de sorpresivo desenlace.
            Salvo algunos excesos (cuando los policías amenazan con matar al hijo del delincuente en su delante, durante el interrogatorio), o un desenlace sin indicios para el espectador (el de la investigadora forense Leonor Cevallos), y ciertos parlamentos poco interiorizados (los del comienzo de la película, cuando descubren el primer cadáver), Entre sombras: averno es una película de argumento y actuaciones verosímiles, convincentes; dirigida con buena mano y capaz de entusiasmar y sumergir a los espectadores en la verdad del filme. Un guion sencillo en su línea argumental y, al mismo tiempo, profundo pero sin pretensiones intelectuales en su planteamiento ideológico.
            El drama interior del personaje principal, el policía Carlos Viteri, está muy bien construido. Contribuye a ello, como personaje de apoyo, su compañero Marcos Ruiz (Marlon Pantaleón), que, como contrapunto, va poniendo en evidencia la personalidad escindida de Viteri, mostrándose como aquel que todavía cree en el ideal de la justicia, la lucha contra el crimen y el amor marcado por un imposible. Una actuación que revela mucha fuerza interior, y que nos presenta un carácter indispensable en la composición lúdica del enfrentamiento entre el bien y el mal.

Con Carlos Valencia y Daniela Vallejo
            La presencia de la investigadora forense Leonor Cevallos (Daniela Vallejo) cierra al triángulo de la intriga y su presencia contribuye a la tensión entre lo que se oculta y lo que se va develando hasta que aparece la verdad del mal en el relato. Como espectador logré disociar mi relación personal con la actriz —el que sea mi hija— para enfocarme en un personaje de ficción que en cada una de sus apariciones —incluyendo una escena erótica dirigida e interpretada con solvencia— va cumplimiento con fuerza introspectiva lo que el guion le señala. Con su actuación, Daniela Vallejo consigue un personaje atormentado por un secreto del mal que, como una explosión, habrá de revelarse trágicamente.
            Ese juego que fragua el bien y el mal se vuelve profundo cuando aparece el periodista de crónica roja (Carlos Valencia), cuya idea del oficio es que: “en la crónica roja, la plata está en la calle”. En este personaje los límites entre el bien y el mal están difuminados: es una suerte de alter ego del policía Viteri y, al final, se nos presentará como la consciencia real de este último. Valencia convierte a la mirada y la media sonrisa en expresiones de un cinismo contenido frente a la verdad que está por ser descubierta.
            Finalmente, los actores secundarios también cumplen con su tarea: Montse Serra, que personifica con carácter a la implacable jefa del cuerpo policial; Alexa Zambrano, como otra investigadora del equipo llena de fuerza y convicción actoral; Henry Layana, como periodista dueño del medio de crónica roja, en una aparición memorable.
Entre sombras: Averno, de X: B. Ruiz, una película producida en cooperativa por el elenco, es un thriller cargado de talento y pasión por el cine.